No recuerdo cuándo dejé Facebook. Recuerdo, no obstante, que no fue una despedida traumática. Mi relación con Facebook ya era escasa y se reducía a enterarme del cumpleaños de mis amistades. Finalmente, descargué el calendario de cumpleaños, pedí una copia de todos mis datos, y cerré mi cuenta.
Mi relación con Twitter era más compleja y sé lo que muchos estaréis pensando:
"¿Te fuiste de Twitter porque te bloquearon? ¡Pero si eso está a la orden del día!".
No. Esa fue la gota que colmó el vaso.
Me fui de Twitter porque me sentía frustrado con el resultado de mis interacciones en la red social. Me había enganchado al reconocimiento vago que ofrecen los likes y los RTs; necesitaba sentir que tenía impacto, que llegaba a la gente, y que la gente estaba de acuerdo conmigo, que me daban la razón y que me seguían y aceptaban en los círculos más populares. Sufría ansiedad si no me sentía así.
Dejé Twitter a finales de 2018 y en verano de 2019 di una charla, en Vigo, acerca de mi experiencia enseñando Python en la academia Fictizia. No era la primera vez que modificaba la diapositiva, donde me presentaba como ponente, para eliminar el enlace a mi perfil de Twitter. También hice hincapié, al comienzo de la charla, en guardar los enlaces ahora, puesto que no quedarían accesibles en ningún lugar, más tarde. Al finalizar la charla, una persona del público preguntó cuándo iba a volver a las redes sociales. Debo reconocer que me hizo ilusión.
También me hizo recordar cómo había construido mi base de seguidores: gracias a mi conocimiento técnico y a la divulgación del mismo. De presentación a presentación, cuando me dedicaba activamente a dar charlas especializadas. Era una forma de mantener el contacto con mis oyentes.
Tras esta experiencia, sentí, de algún modo, que me había quedado mudo; de otra forma, también sentí que me había quedado solo.
Pienso en ello como en las dos caras de un mismo aspecto: el alcance. El "alcance hacia afuera", que me permitía airear mis pensamientos; y el "alcance hacia adentro", que me proporcionaba visibilidad. De una forma complementarie, ambas satisfacían una necesidad de reconocimiento, y de sentir que jugaba un papel en el mundillo del desarrollo.
¿Qué pasó entonces para que mis tweets fueran cada vez menos importantes? ¿Por qué no me sentía aceptado en las comunidades de las que me sentía miembro? ¿Qué métricas indicaban una ausencia de relevancia? En realidad, la respuesta es muy sencilla: mi actividad se había reducido a fijar mis ojos sobre la línea de tiempo, y dejar que las publicaciones se sucediesen debajo sin siquiera captar mi atención.
La realidad era que ya no intervenía publicando. Ocasionalmente, se me cruzaba por la cabeza dejar un comentario aquí o allá; a veces tenía ganas de escribir sobre algo que no fuera tecnología y, al final, aquello quedaba en nada.
Mi inactividad estaba en buena parte motivada por un profundo síndrome del impostor relacionado con mi evolución profesional y personal, y por un miedo a compartir opiniones fuera del mainstream, que imaginaba que podían resultar impopulares. Irónicamente, esto reforzaba un sentimiento de falta de autenticidad que, a su vez, reducía mis ganas de hablar aun más.
Puede que me sienta mudo ahora, pero, antes de eso, ya me sentía amordazado.
Sin apenas intervenciones, parece un sinsentido hablar siquiera de relevancia. Con estas premisas, ¿cómo podía alguien bloquearme, si mis interacciones eran anecdóticas? Es difícil describir la naturaleza del enfado y frustración que sentí entonces. Haters gonna hate, supongo.
Si mi sentimiento de mordaza existía entonces y existe ahora, me da por pensar que igual mi frustración está más relacionada con mi incapacidad de escribir, que con los medios donde escribo, como Twitter. Por supuesto, tengo mi opinión sobre la calidad de las conversaciones en Twitter, y sobre los medios tecnológicos que la plataforma, pone –o deja de poner– a disposición de un intercambio de ideas calidad... pero eso es materia de otra entrada.
Por ir terminando con esta, saber que algo depende de mi siempre me deja una pequeña preocupación y un gran alivio. Son muchas las veces en que me he desmotrado que puedo con algo, así que identificar que resolver un asunto está en mi mano, lo convierte en una cuestión de tiempo y prioridad.
El primer paso está siendo romper el silencio compartiendo estas experiencias en LinkedIn, red social que se me hace menos cuesta arriba. Habiendo conseguido mantener a raya mi síndrome del impostor y estando en una nueva etapa de mi vida, necesito volver a compartir lo que pienso y, sobre todo, ponerlo a prueba.
Espero seguir escribiendo.